las malezas que cubren sus fosas... ¡las ánimas! cuva sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos ó arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adonde.
Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores:
— ¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y cuajado el camino de lobos!
Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía; movido como por un resorte, se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza, y no en su corazón, y con voz firme exclamó dirigiéndose á la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:
— Adiós, Beatriz, adiós. Hasta... pronto.
— ¡Alonso! ¡Alonso! dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso ó aparentó querer detenerle, el joven había desaparecido.