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Gustavo A. Becquer.

mino, cuando he aquí que en lo mejor del sueño me hizo despertar sobresaltado é incorporarme sobre el codo, un estruendo horrible, un estruendo tal, que me ensordeció un instante para dejarme después los oídos zumbando cerca de un minuto, como si un moscardón me cantase á la oreja.

Como os habréis figurado, la causa de mi susto era el primer golpe que oía de esa endiablada campana gorda, especie de sochantre de bronce, que los canónigos de Toledo han colgado en su catedral con el laudable propósito de matar á disgustos á los necesitados de reposo.

Renegando entre dientes de la campana y del campanero que la toca, disponíame, una vez apagado aquel insólito y temeroso rumor, acoger nuevamente el hilo del interrumpido sueño, cuando vino á herir mi imaginación y á ofrecerse ante mis ojos una cosa extraordinaria. A la dudosa luz de la luna que entraba en el templo por el estrecho ajimez del muro de la capilla mayor, vi una mujer arrodillada junto al altar.

Los oficiales se miraron entre sí con expresión entre asombrada é incrédula; el capitán, sin atender al efecto que su narración producía, continuó de este modo:

— No podéis figuraros nada semejante á aquella nocturna y fantástica visión que se dibujaba confusamente en la penumbra de la capilla como esas