Página:Obras de Bécquer - Vol. 2.djvu/42

Esta página ha sido validada
36
Gustavo A. Becquer.

montante y los ojos fijos en el espacio, con esa vaguedad del que parece mirar un objeto, y sin embargo no ve nada de cuanto hay á su alrededor.

A un lado y de pie, le hablaba el más antiguo de los escuderos de su casa, el único que en aquellas horas de negra melancolía hubiera osado interrumpirle sin atraer sobre su cabeza la explosión de su cólera. — ¿Qué tenéis, señor? — le decía.— ¿Qué mal os aqueja y consume? Triste vais al combate, y triste volvéis aun tornando con la victoria. Cuando todos los guerreros duermen rendidos á la fatiga del día, os oigo suspirar angustiado; y si corro á vuestro lecho, os miro allí luchar con algo invisible que os atormenta. Abrís los ojos y vuestro terror no se desvanece. ¿Qué os pasa, señor? decídmelo. Si es un secreto, yo sabré guardarlo en el fondo de mi memoria como en un sepulcro.

El conde parecía no oir al escudero; no obstante, después de un largo espacio, y como si las palabras hubiesen tardado todo aquel tiempo en llegar desde sus oídos á su inteligencia, salió poco á poco de su inmovilidad, y atrayéndole hacia sí cariñosamente, le dijo con voz grave y reposada:

— He sufrido mucho en silencio. Creyéndome juguete de una vana fantasía, hasta ahora he callado por vergüenza; pero no, no es ilusión lo que me sucede.

Yo debo hallarme bajo la influencia de alguna