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Gustavo A. Becquer.

lado y á los ballesteros por otro, salió á brida suelta y seguido de sus pajes, á quienes pronto dejó rezagados en la furia de su carrera, tras la imprudente res que de aquel modo parecía haber venido á burlársele en sus barbas.

Como era de suponer, la cierva se perdió en lo más intrincado del monte, y á la media hora de correr en busca suya cada cual en una dirección diferente, así don Pedro Atares, que se había quedado completamente solo, como los menos conocedores del terreno de su comitiva, se encontraron perdidos en la espesura. En este intervalo cerró la noche, y la tormenta, que durante toda la tarde se estuvo amasando en la cumbre del Moncayo, comenzó á descender lentamente por su falda y á tronar y á relampaguear, cruzando las llanuras como en un majestuoso paseo. Los que las han presenciado pueden sólo figurarse toda la terrible majestad de las repentinas tempestades que estallan á aquella altura, donde los truenos, repercutidos por las concavidades de las peñas, las ardientes exhalaciones atraídas por la frondosidad de los árboles, y el espeso turbión de granizo congelado por las corrientes de aire frío é impetuoso, sobrecogen el ánimo hasta el punto de hacernos creer que los montes se desquician, que la tierra va á abrirse debajo de los pies, ó que el cielo, que cada vez parece estar más bajo y más pesado, nos opri-