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Desde mi celda.

Dábase á todos los diablos D. Pedro Atares, y á pesar de su natural prudencia, juraba y perjuraba que había de colgar de una encina á los cazadores furtivos, causa, sin duda, de la incomprensible escasez de reses que por vez primera notaba en sus cotos; los perros gruñían cansados de permanecer tantas horas ociosos atados á la trailla; los ojeadores, roncos de vocear en balde, volvían á reunirse á los mollinos ballesteros, y todos se disponían á tomar la vuelta del castillo para salir de lo más espeso del carrascal, antes que la noche cerrase tan oscura y tormentosa como lo auguraban las nubes suspendidas sobre la cumbre del vecino Moncayo, cuando de repente una cierva, que parecía haber estado Oyendo la conversación de los cazadores, oculta por el follaje, salió de entre las matas más cercanas, y, como burlándose de ellos, desapareció á su vista para ir á perderse entre el laberinto del monte. No era aquella seguramente la hora más á propósito para darla caza, pues la oscuridad del crepúsculo, aumentada por la sombra délas nubes que poco á poco iban entoldando el cielo, se hacía cada vez más densa; pero el señor de Borja, á quien desesperaba la idea de volverse con las manos vacías de tan lejana excursión, sin hacer alto en las observaciones de los más experimentados, dio apresuradamente la orden de arrancar en su seguimiento, y mandando á los ojeadores por un