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Gustavo A. Becquer.

ruidosos triunfos, comenzó negando las tradiciones gloriosas y los héroes nacionales, y ha acabado por negar hasta el carácter divino de Jesús, ¿qué concepto le podría merecer ésta, que desde luego calificaría de conseja de niños?

Yo escribo y dejo poner estas desaliñadas líneas en letras de molde, porque la mía es mala, y solo así le será posible entenderme; por lo demás, yo las escribo para V., para V. exclusivamente, porque sé que las delicadas flores de la tradición solo puede tocarlas la mano de la piedad, y solo á ésta le es dado aspirar su religioso perfume sin marchitar sus hojas.




En el valle de Veruela, y como á una media hora de distancia de su famoso monasterio, hay al fin de una larga alameda de chopos que se extiende por la falda del monte un grueso pilar de argamasa y ladrillo. En la mitad más alta de este pilar, cubierto ya de musgo merced á la continuada acción de las lluvias, y al que los años han prestado su color oscuro é indefinible, se ve una especie de nicho que en su tiempo debió contener una imagen, y sobre el cónico chapitel que lo remata el asta de hierro de una cruz, cuyos brazos han desaparecido. Al pie, crecen y exhalan un pene-