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Gustavo A. Becquer.

gime, los techos que crujen, las puertas que rechinan y los animaluchos de toda calaña que vagan á su placer por los sótanos, las bóvedas y las galerías del monasterio, cuando después de contarme la leyenda que corre más válida acerca de la fundación del castillo, y que ya conocen ustedes, prosiguió su relato, no sin haber hecho antes un momento de pausa para calmar el efecto que la primera parte de la historia me había producido, y la cantidad de fe con que podía contar en su oyente para la segunda.

He aquí la historia, poco más ó menos, tal como me la refirió mi criada, aunque sin sus giros extraños y sus locuciones pintorescas y características del país, que ni yo puedo recordar, ni caso que las recordase, ustedes podrían entender.

Ya había pasado el castillo de Trasmoz á poder de los cristianos, y éstos á su vez, terminadas las continuas guerras de Aragón y Castilla, habían concluido por abandonarle, cuando es fama que hubo en el lugar un cura tan exacto en el cumplimiento de sus deberes, tan humilde con sus inferiores, y tan lleno de ardiente caridad para con los infelices, que su nombre, al que iba unido una intachable reputación de virtud, llegó á hacerse conocido y venerado en todos los pueblos de la comarca.

Muchos y muy señalados beneficios debían los