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Gustavo A. Becquer.

sitio, el profundo silencio de la naturaleza y el fantástico panorama de las sinuosidades del Moncayo, cuyas puntas coronadas de nieve parecían las olas de un mar inmóvil y gigantesco, hubiera temido aventurarse por entre aquellos matorrales, adonde en mitad del día apenas osaban llegar los pastores; pero el héroe de nuestra relación, que como ya habrán sospechado ustedes, y si no lo han sospechado, lo verán claro más adelante, debía ser un magicazo de tomo y lomo, no satisfecho con haber trepado á la eminencia, se encaramó en la punta de la más elevada roca, y desde aquel aéreo asiento comenzó á pasear la vista á su alrededor, con la misma firmeza que el águila, cuyo nido pende de un peñasco al borde del abismo, contempla sin temor el fondo.

Después que se hubo reposado un instante de las fatigas del camino, sacó de las alforjillas un estuche de forma particular y extraña, un libróte muy carcomido y viejo, y un cabo de vela verde, corto y á medio consumir. Frotó con sus dedos descarnados y huesosos en uno de los extremos del estuche que parecía de metal, y era á modo de linterna, y á medida que frotaba, veíase como luia lumbre sin claridad, azulada, medrosa é inquieta, hasta que por último brotó una llama y se hizo luz: con aquella luz encendió el cabo de vela verde, á cuyo escaso resplandor, y no sin haberse ca-