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Desde mi celda.

hiciste en vida, y ni aun muerta hemos logrado que nos dejes en paz; pero, no haya cuidado, que á tí y tu endiablada raza de hechiceras os hemos de aplastar una á una, como á víboras.

— Por lo que veo, insistí, después que hubo concluido su extravagante imprecación, está usted muy al corriente de las fechorías de esa mujer. Por ventura, ¿alcanzó usted á conocerla? Porque no me parece de tanta edad como para haber vivido en el tiempo en que las brujas andaban todavía por el mundo.

Al oir estas palabras el pastor, que caminaba delante de mí para mostrarme la senda, se detuvo un poco, y fijando en los míos sus asombrados ojos, como para conocer si me burlaba, exclamó con un acento de buena fe pasmoso: — ¡Que no le parezco á usted de edad bastante para haberla conocido! Pues ¿y si yo le dijera que no hace aún tres años cabales que con estos mismos ojos que se ha de comer la tierra, la vi caer por lo alto de ese derrumbadero, dejando en cada uno de los peñascos y de las zarzas un jirón de vestido ó de carne, hasta que llegó al fondo donde se quedó aplastada como un sapo que se coge debajo del pie?

— Entonces, respondí asombrado á mi vez de la credulidad de aquel pobre hombre, daré crédito á lo que usted dice, sin objetar palabra; aunque á mí se me había figurado, añadí recalcando estas