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Gustavo A. Becquer.

aparte de las dificultades que ofrecía el ascenso, era tan peligroso subir á la cumbre por la senda que llamó de la tía Casca.

— Porque antes de terminar la senda, me dijo con el tono más natural del mundo, tendríais que costear el precipicio á que cayó la maldita bruja que le da su nombre, y en el cual se cuenta que anda penando el alma que, después de dejar el cuerpo, ni Dios ni el diablo han querido para suya.

— ¡Hola! exclamé entonces como sorprendido, aunque, á decir verdad, ya me esperaba una contestación de esta ó parecida clase. Y ¿en qué diantres se entretiene el alma de esa pobre vieja por estos andurriales?

— En acosar y perseguir á los infelices pastores que se arriesgan por esa parte de monte, ya haciendo ruido entre las matas, como si fuese un lobo, ya dando quejidos lastimeros como de criatura, ó acurrucándose en las quiebras de las rocas que están en el fondo del precipicio, desde donde llama con su mano amarilla y seca á los que van por el borde, les clava la mirada de sus ojos de buho, y cuando el vértigo comienza á desvanecer su cabeza, da un gran salto, se les agarra á los pies y pugna hasta despeñarlos en la sima... ¡Ah, maldita bruja! exclamó después de un momento el pastor tendiendo el puño crispado hacia las rocas, como amenazándola; ¡ah! maldita bruja, muchas