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Gustavo A. Becquer.

le pertenece, sin otras tierras para sembrar que los pequeños remansos que forma una de sus laderas que se degrada en ásperos escalones, necesita apelar á su ingenio y á un trabajo rudo y peligroso para sostenerse. Yo no sabré decir á ustedes si esto proviene de que los hombres se ocupaban de muy antiguo en el servicio de los caballeros, por lo cual tenían abandonadas sus casas al dominio de las mujeres, ó de otra causa cualquiera que yo no me he podido explicar; ello es, que en este pueblo hay algo de lo que nos refieren las fábulas de las amazonas, ó de lo que habrán ustedes tenido ocasión de ver en la Isla de San Balandrán. No es esto decir que el sexo feo y fuerte deje de serlo tanto, cuanto es necesario para justificar ampliamente estos apelativos; pero la población femenina se agita tan en primer término, desempeña un papel tan activo en la vida pública, trabaja y va y viene de un punto á otro con tal resolución y desenfado, que puede asegurarse que ella es la que da el carácter al lugar, y la que lo hace conocido y famoso en veinte leguas á la redonda. En la plaza de Tarazona, teatro de sus habilidades, en los caminos que atraviesa cantando, en el monte, á donde va á buscar furtivamente su mercancía, en las fiestas del lugar, en cualquier parte que se encuentre, si una vez se ha visto una añonera, es imposible confundirla con las demás aldeanas.