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Gustavo A. Becquer.

vivaracha y despierta como de quince á diez y seis, y cuatro ó cinco chicuelos rubios y tiznados, amén de un enorme gato rucio y dos ó tres perros que se habían dormido al amor de la lumbre.

Después de dar un vistazo á la posada, hice presente al posadero el objeto que en su busca me traía, el cual estaba reducido á que me pusiese en contacto con alguien que me quisiera ceder una caballería, para trasladarme á Veruela, punto al que no se puede llegar de otro modo.

Hízolo así el posadero, ajusté el viaje con unos hombres que habían venido á vender carbón de Purujosa y se tornaban de vacío, y héteme aquí otra vez en marcha y camino del Moncayo, atalajado en una muía, como en los buenos tiempos de la Inquisición y del rey absoluto. Cuando me vi en mitad del camino, entre aquellas subidas y bajadas tan escabrosas, rodeado de los carboneros, que marchaban á pie á mi lado cantando una canción monótona y eterna; delante de mis ojos la senda, que parecía una culebra blancuzca é interminable que se alejaba enroscándose por entre las rocas, desapareciendo aquí y tornando á aparecer más allá, y á un lado y otro los horizontes inmóviles y siempre los mismos, figurábaseme, que hacía un año me había despedido de ustedes, que Madrid se había quedado en el otro cabo del mundo, que el ferrocarril, que vuela, dejando atrás las estacio-