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Gustavo A. Becquer.

zas, los temibles y frecuentes arreglos de cuarto de mis patronas de Madrid. Sobre aquella tabla, cubiertos de polvo, pero con las mismas señales y colocados en el orden que yo los tenía, están aún mis libros y mis papeles. Más allá cuelga de un clavo la cartera de dibujo; en un rincón veo la escopeta, compañera inseparable de mis filosóficas excursiones, con la cual he andado mucho, he pensado bastante, y no he matado casi nada. Después de apurar mi taza de café, y mientras miro danzar las llamas violadas, rojas y amarillas á través del humo del cigarro que se extiende ante mis ojos como una gasa azul, he pensado un poco sobre qué escribiría á ustedes para El Contemporáneo, ya que me he comprometido á contribuir con una gota de agua, á fin de llenar ese océano sin fondo, ese abismo de cuartillas que se llama periódico, especie de tonel, que, como al de las Danaidas, siempre se le está echando original, y siempre está vacío. Las únicas ideas que me han quedado como flotando en la memoria, y sueltas de la masa general que ha oscurecido y embotado el cansancio del viaje, se refieren á los detalles de éste que carecen en sí de interés, que en otras mil ocasiones he podido estudiar, pero que nunca, como ahora, se han ofrecido á mi imaginación en conjunto, y contrastando entre sí de un modo tan extraordinario y patente.