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Las hojas secas.

— Yo he dado vueltas sin cesar arrastrada por la turbia corriente, y en mi larga peregrinación vi, solo, enlutado y sombrío, contemplando con una mirada distraída las aguas que pasaban y las hojas secas que marcaban su movimiento, á uno de los dos amantes cuyas palabras nos hicieron presentir la muerte.

— ¡Ella también se desprendió de la vida y acaso dormirá en una fosa reciente, sobre la que yo me detuve un momento!

— ¡Ay! Ella duerme y reposa al fin; pero nosotras, ¿cuando acabaremos este largo viaje?...

— ¡Nunca!... Ya el viento que nos dejó reposar un punto vuelve á soplar, y ya me siento estremecida para levantarme de la tierra y seguir con él. ¡Adiós, hermana!

— ¡Adiós!


Silbó el aire que había permanecido un momento callado, y las hojas se levantaron en confuso remolino, perdiéndose á lo lejos entre las tinieblas de la noche.

Y yo pensé entonces algo que no puedo recordar, y que, aunque lo recordase, no encontraría palabras para decirlo.