— Cada cual de nosotras era un tono en la armonía de su color.
— En las noches de luna, cuando su plateada luz resbalaba sobre la cima de los montes, ¿te acuerdas cómo charlábamos en voz baja entre las diáfanas sombras?
— Y referíamos con un blando susurro las historias de los silfos que se columpian en los hilos de oro que cuelgan las arañas entre los árboles.
— Hasta que suspendíamos nuestra monótona charla para oir embebecidas las quejas del ruiseñor, que había escogido nuestro tronco por escabel.
— Y eran tan tristes y tan suaves sus lamentos que, aunque llenas de gozo al oirle, nos amanecía llorando.
— ¡Oh! ¡Qué dulces eran aquellas lágrimas que nos prestaba el rocío de la noche y que resplandecían con todos los colores del iris á la primera luz de la aurora!
— Después vino la alegre banda de jilgueros á llenar de vida y de ruidos el bosque con la alborozada y confusa algarabía de sus cantos.
— Y una enamorada pareja colgó junto á nosotras su redondo nido de aristas y de plumas.
— Nosotras servíamos de abrigo á los pequeñuelos contra las molestas gotas de la lluvia en las tempestades de verano.