— ¿Te acuerdas de los hermosos días en que brotamos; de aquella apacible mañana en que, roto el hinchado botón que nos servía de cuna, nos desplegamos al templado beso del sol como un abanico de esmeraldas?
— ¡Oh! ¡Qué dulce era sentirse balanceada por la brisa á aquella altura, bebiendo por todos los poros el aire y la luz!
— ¡Oh! ¡Qué hermoso era ver correr el agua del río que lamía las retorcidas raíces del añoso tronco que nos sustentaba, aquel agua limpia y trasparente que copiaba como un espejo el azul del cielo, de modo que creíamos vivir suspendidas entre dos abismos azules!
— ¡Con qué placer nos asomábamos por cima de las verdes frondas para vernos retratadas en la temblorosa corriente!
— ¡Cómo cantábamos juntas imitando el rumor de la brisa y siguiendo el ritmo de las ondas!
— Los insectos brillantes revoloteaban desplegando sus alas de gasa á nuestro alrededor.
— Y las mariposas blancas y las libélulas azules, que giran por el aire en extraños círculos, se paraban un momento en nuestros dentellados bordes á contarse los secretos de ese misterioso amor que dura un instante y les consume la vida.
— Cada cual de nosotras era una nota en el concierto de los bosques.