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Gustavo A. Becquer.

— ¿Habéis visto, preguntaba á todo el mundo, un hombre á caballo con una mujer á la grupa?

— Sí, le respondían.

— ¿Por dónde van?

— Por allí.

Y Andrés tomaba nuevas fuerzas, y seguía corriendo.

La noche comenzaba á caer, A la misma pregunta siempre encontraba la misma respuesta; y corría, y corría, hasta que al fin divisó una aldea, y junto á la entrada, al pie de una cruz que señalaba el punto en que se dividía en dos el camino, vio un grupo de gente, gañanes, viejos, muchachos que contemplaban con curiosidad una cosa que él no podía distinguir.

Llega, hace la misma pregunta de siempre, y le dice uno de los del grupo.

— Sí, hemos visto esa pareja; mirad, por más señas el caballo que la conducía, que cayó aquí reventado de correr.

Andrés vuelve los ojos en la dirección que le señalaban, y ve en efecto su caballo, su querido caballo, que algunos hombres del pueblo se disponían á desollar para aprovecharse de la piel. No pudo apenas resistir la emoción; pero reponiéndose en seguida, volvió á asaltarle la idea de su esposa.

— Y decidme, exclamó precipitadamente, ¿cómo no prestasteis ayuda á aquella mujer desgraciada?