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Gustavo A. Becquer.

le servían, hasta á la patrona, que era su genio del mal.

No hay que extrañarlo: Josefo refiere que durante el sitio do Jerusalen fué tal el hambre, que las madres se comieron á sus hijos.

Un día pudo proporcionarse un escasísimo sueldo para vivir. La noche de aquel día, cuando se retiraba á su casa, al atravesar una calle estrecha, oyó una especie de lamentos, como lloros de una criatura recién nacida. No bien hubo dado algunos pasos más después de oir aquellos gemidos, cuando exclamó, deteniéndose:

— Diantre, ¿qué es esto?

Y tocó con la punta del pie una cosa blanda que se movía y tornó á chillar y á quejarse. Era uno de esos perrillos que arrojan á la basura de pequeñuelos.

— La Providencia lo ha puesto en mi camino, dijo para sí Andrés, recogiéndole y abrigándole con el faldón de su levita; y se lo llevó á su cuchitril.

— ¡Cómo es eso! refunfuñó la patrona al verle entrar con el perrillo: no nos faltaba más que ese nuevo embeleco en casa; ahora mismo lo deja usted donde lo encontró, ó mañana busca donde acomodarse con él.

Al otro día salió Andrés de la casa, y en el discurso de dos ó tres meses salió de otras doscientas