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Gustavo A. Becquer.

rribles misterios, después de poblar sus altares de locas é incomprensibles concepciones, crearon el arte egipcio con sus esfinges monstruosas, sus gigantescas pirámides y oscuros jeroglíficos. El pensamiento de un mundo viril y grande se halla grabado con sus caracteres indelebles en los colosos del Desierto.

La India, con su atmósfera de fuego, su vegetación poderosa y sus imaginaciones ardientes, alimentadas por una religión toda maravillas y mitos emblemáticos, ahuecó los montes para tallar en su seno las subterráneas pagodas de los dioses. La extraña y salvaje poesía de los vehdas parece que toma formas y vive cuando á la moribunda luz que se abre paso á través de las grutas sagradas, se ven desfilar, confundiéndose entre las sombras de sus muros, las silenciosas procesiones de monstruosos elefantes, guiados por esos deformes genios que despliegan sus triples miembros en semicírculo, como las plumas de un quitasol.

La Grecia coronó de flores sus divinidades, les prestó el ideal de la belleza humana, y las colocó sobre altares risueños, levantados á la sombra de edificios que respiraban sencillez y majestad. Basta examinar sus templos, ricos de armonía y de luz basta hacerse cargo de la matemática euritmia de sus construcciones, para comprender á aquella sociedad que sujetó la idea á la forma, que tiranizó