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El Miserere.

dos ó tres pastores de la granja de los frailes, que formaban círculo alrededor del hogar, le escuchaban en un profundo silencio.

— Después, continuó, de recorrer toda Alemania, toda Italia, y la mayor parte de este país clásico para la música religiosa, aún no he oído un Miserere en que pueda inspirarme, ni uno, ni uno y he oído tantos, que puedo decir que los he oído todos.

— ¿Todos? dijo entonces interrumpiéndole uno de los rabadanes: ¿á qué no habéis oído aún el Miserere de la montaña?

— ¡El Miserere de la montaña! exclamó el músico con aire de extrañeza: ¿qué Miserere es ese?

— ¿No dije? murmuró el campesino; y luego prosiguió con una entonación misteriosa: ese Mi- serere, que sólo oyen por casualidad los que como yo andan día y noche tras el ganado por entre breñas y peñascales, es toda una historia, una historia muy antigua; pero tan verdadera como al parecer increíble.

Es el caso, que en lo más fragoso de esas cordilleras de montañas que limitan el horizonte del valle, en el fondo del cual se halla la abadía, hubo hace ya muchos años, ¡qué digo muchos años! muchos siglos, un monasterio famoso, cuyo monasterio, á lo que parece; edificó á sus expensas un señor con los bienes que había de legar á su hi-