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Gustavo A. Becquer.

mentó que nacía y se apagaba para tornar á crecer dilatarse por la espesura. A medida que trascurrían las horas, aquel sonar eterno del aire y del agua empezó á producirles una extraña exaltación, una especie de vértigo, que turbando la vista y zumbando en el oído, parecía trastornarlas por completo. Entonces, á la manera que se oye hablar entre sueños con un eco lejano y confuso, les pareció percibir entre aquellos rumores sin nombre, sonidos inarticulados como los de un niño que quiere y no puede llamar á su madre; luego palabras que se repetían una vez y otra, siempre lo mismo; después frases inconexas y dislocadas, sin orden ni sentido, y por último... por último comenzaron á hablar el viento vagando entre los árboles y el agua saltando de risco en risco.

Y hablaban así:


EL AGUA


¡Mujer!... ¡mujer!... óyeme... óyeme y acércate para oirme, que yo besaré tus pies mientras tiemblo al copiar tu imagen en el fondo sombrío de mis ondas. ¡Mujer!... óyeme que mis murmullos son palabras.