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Gustavo A. Becquer.

lla noche, ni en todo el día que amaneció después, volvieron á cambiar una sola palabra relativa al asunto, tema de todas las conversaciones y objeto de los comentarios de sus vecinas.

Cuando llegó la hora de costumbre, Magdalena tomó su cántaro y le dijo á su hermana: — ¿Vamos á la fuente? — Marta no contestó, y Magdalena volvió á decirle: — ¿Vamos á la fuente? Mira que si no nos apresuramos, se pondrá el sol antes de la vuelta — Marta exclamó al fin con un acento breve y áspero: — Yo no quiero ir hoy. — Ni yo tampoco, añadió Magdalena después de un instante de silencio, durante el cual mantuvo los ojos clavados en los de su hermana, como si quisiera adivinar en ellos la causa de su resolución.


III


Las muchachas del lugar hacía cerca de una hora que estaban de vuelta en sus casas. La última luz del crepúsculo se había apagado en el horizonte, y la noche comenzaba á cerrar de cada vez más oscura, cuando Marta y Magdalena, esquivándose mutuamente y cada cual por diverso camino, salieron del pueblo con dirección á la fuente misteriosa. La fuente brotaba escondida entre