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Gustavo A. Becquer.

confusas, palabras engañosas con que los gnomos que la inficionan desde su nacimiento procuran seducir á los incautos que les prestan oídos, prometiéndoles riquezas y tesoros que han de ser su condenación.

Cuando el tío Gregorio llegaba á este punto de su historia, ya la noche había entrado y la campana de la Iglesia comenzó á tocar las oraciones. Las muchachas se persignaron devotamente, murmurando un Ave-María en voz baja, y después de despedirse del tío Gregorio, que les tornó á aconsejar que no perdieran el tiempo en la fuente, cada cual tomó su cántaro, y todas juntas salieron silenciosas y preocupadas del atrio de la Iglesia. Ya lejos del sitio en que se encontraron al viejecito y cuando estuvieron en la plaza del lugar donde habían de separarse, exclamó la más resuelta y decidora de ellas.

— ¿Vosotras creéis algo de las tonterías que nos ha contado el tío Gregorio?

— ¡Yo no! dijo una.

— ¡Yo tampoco! exclamó otra.

— ¡Ni yo! ¡ni yo! repitieron las demás, burlándose con risas de su credulidad de un momento.

El grupo de las mozuelas se disolvió, alejándose cada cual hacia uno de los extremos de la plaza. Luego que doblaron las esquinas de las diferentes calles que venían á desembocar á aquel sitio, dos