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MAESE PÉREZ EL ORGANISTA

semejante al de la lluvia, trinos de alondras que se levantan gorgeando de entre las flores como una saeta despedida á las nubes; estruendo sin nombre, imponentes como los rugidos de una tempestad; coro de serafines sin ritmos ni cadencia, ignota música del cielo que solo la imaginación comprende; himnos alados, que parecían remontarse al trono del Señor como una tromba de luz y de sonidos... todo lo expresaban las cien voces del órgano, con más pujanza, con más misteriosa poesía, con más fantástico color que los habían expresado nunca

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Cuando el organista bajó de la tribuna, la muchedumbre que se agolpó á la escalera fué tanta, y tanto su afán por verle y admirarle, que el asistente temiendo, no sin razón, que le ahogaran entre todos, mandó á algunos de sus ministriles para que, vara en mano, le fueran abriendo camino hasta llegar al altar mayor, donde el prelado le esperaba.

—Ya véis, le dijo este último cuando le trajeron á su presencia; vengo desde mi palacio aquí sólo por escucharos. ¿Seréis tan cruel como maese Pérez, que nunca quiso excusarme el viaje, tocando la Noche-Buena en la Misa de la catedral?

—El año que viene, respondió el organista, prometo daros gusto, pues por todo el oro de la tierra no volvería á tocar este órgano.