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MAESE PÉREZ EL ORGANISTA

nuestros lectores por sus exabruptos de locuacidad, penetró en Santa Inés, abriéndose según costumbre, un camino entre la multitud á fuerza de empellones y codazos.

Ya se había dado principio á la ceremonia.

El templo estaba tan brillante como el año anterior.

El nuevo organista, después de atravesar por en medio de los fieles que ocupaban las naves para ir á besar el anillo del prelado, había subido á la tribuna, donde tocaba unos tras otros los registros del órgano, con una gravedad tan afectada como ridicula.

Entre la gente menuda que se apiñaba á los pies de la iglesia, se oía un rumor sordo y confuso, cierto presagio de que la tempestad comenzaba á fraguarse y no tardaría mucho en dejarse sentir.

—Es un truhán, que por no hacer nada bien, ni aun mira á derechas, decían los unos.

—Es un ignorantón, que después de haber puesto el órgano de su parroquia peor que una carraca, viene á profanar el de maese Pérez, decían los otros.

Y mientras éste se desembarazaba del capote para prepararse á darle de firme á su pandero, y aquél apercibía sus sonajas, y todos se disponían á hacer bulla á más y mejor, solo alguno que otro se aventuraba á defender tibiamente al extraño per-