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MAESE PÉREZ EL ORGANISTA

mostró tales disposiciones que, como era natural, á la muerte de su padre heredó el cargo. ¡Y qué manos tiene! Dios se las bendiga. Merecía que se las llevaran á la calle de Chicarreros y se las engarzasen en oro... Siempre toca bien, siempre; pero en semejante noche como ésta, es un prodigio... Él tiene una gran devoción por esta ceremonia de la Misa del Gallo, y cuando levantan la Sagrada Forma al punto y hora de las doce, que es cuando vino al mundo Nuestro Señor Jesucristo... las voces de su órgano son voces de ángeles...

En fin, ¿para qué tengo de ponderarle lo que esta noche oirá? baste el ver como todo lo más florido de Sevilla, hasta el mismo señor arzobispo, vienen á un humilde convento para escucharle; y no se crea que solo la gente sabida y á la que se le alcanza esto de la solfa conocen su mérito, sino que hasta el populacho. Todas esas bandadas que véis llegar con teas encendidas entonando villancicos con gritos desaforados al compás de los panderos, las sonajas y las zambombas, contra su costumbre, que es la de alborotar las iglesias, callan como muertos cuando pone maese Pérez las manos en el órgano... y cuando alzan... cuando alzan no se siente una mosca... de todos los ojos caen lagrimones tamaños, y al concluir se oye como un suspiro inmenso, que no es otra cosa que la respiración de los circunstantes contenida mientras dura lá mú-