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GUSTAVO A. BECQUER

produjo mirladas de seres destinados á entonar himnos de gloria á su criador.

Los grandharvas, ó cantores celeste, con sus rostros hermosísimos, sus alas de mil colores, sus carcajadas sonoras y sus juegos infantiles, arrancaron á Brahma la primera sonrisa, y de ella brotó el Edén. El Edén con sus ocho círculos, las tortugas y los elefantes que los sostienen, y su santuario en la cúspide.

V

Los chiquillos fueron siempre chiquillos: bulliciosos, traviesos é incorregibles, comienzan por hacer gracia; una hora después aturden, y concluyen por fastidiar. Una cosa muy parecida debió acontecerle á Brahma, cuando apeándose del gigantesco cisne, que como un corcel de nieve lo paseaba por el cielo, dejó á aquella turba multa de grandharvas en los círculos inferiores, y se retiró al fondo de su santuario.

Allí, donde no llega ni un eco perdido, ni se percibe el rumor más leve; donde reina el augusto silencio de la soledad, y su profunda calma convida á las meditaciones, Brahma, buscando una distracción con que matar su eterno fastidio, después