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XIII
PRÓLOGO

na. ¡Como si en el campo de las letras se hubieran nunca conquistado en España ambas cosas! Quería su madrina hacer de él un honrado comerciante; pero aquel niño, que había aprendido á dibujar al mismo tiempo que á escribir, cuya desmedida afición á la lectura le hacía encontrar horizontes más anchos que el de la teneduría de libros, y que jamás pudo sumar de memoria; sólo encontraba aplausos para sus primeras poesías, lo cual le decidió a vivir de su trabajo, armonizándolo con la independencia de su carácter, y á venir á Madrid, como lo verificó el año 54, sin más elementos que lo necesario para el viaje. Corría el año 56, y entonces llegué también á buscar lo mismo que Gustavo, con quien en los primeros pasos me encontré en el terreno de las letras. Mi carácter alegre y mi salud robusta fueron acogidos con simpatía por el soñador enfermizo, y casi niños, se unieron nuestras dos almas y nuestras dos vidas. Prolijo sería enumerar las peripecias de la suya, monótona en desdichas. El año 57 se vió acometido de una horrible enfermedad, y para atender a ella y rebuscando entre sus papeles, hallé El Caudillo de las manos rojas, tradición india, que se publicó en La Crónica, siendo reproducida, con la singularidad de creerse que el título de tradición era una errata de imprenta; pues todos los que la insertaron en España ó copiaron en el extranjero, la bautizaron con el