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VI
PRÓLOGO

do, tiene una importancia real y sólida en sus composiciones. Hacer, por tanto, versos como los suyos, sin hallarse provisto de algo importante, práctico y hondo en el terreno del sentir ó del pensar, es querer construir perdurable estatua solamente con la gasa que la envuelve, y lo que consigue entonces quien imita, es quedar indefenso ante el público, resultando baladí, vulgar, pretencioso ó vano en el mismo metro y con las mismas líneas que Becquer, por haber querido narrar lo imposible, es decir, la nada, porque nada había brotado del cerebro del imitante.

De esto resulta una serie de vulgaridades concisas, que por lo mismo son más vulgares aún, ó una porción de nebulosidades y misterios, capaces de tener pensando todo un siglo á quien trate de des, cifrar el enigma.

En una palabra, y aunque se ha repetido mucho, Shakespeare lo ha dicho mejor que nadie.

Los imitadores olvidan el ser ó no ser del trágico eminente, y al hacerlo, caen en ese abismo sin fondo de que nos habla el creador de Hamlet: ¡Palabras, palabras, palabras!

Nos hemos extendido más de lo que queríamos, pero sentíamos comezón de libertar la memoria de nuestro pobre amigo del ataque de los que no le