como si fuera un crímen, á Aristóteles el haber proclamado la autoridad de la experiencia. Es muy general en Alemania el considerar la observacion como un mal procedimiento; se la admite como un medio de comprobacion, pero no se la concede el poder de conducir por sí misma á la verdad. Allí se construye la ciencia á priori, y con un soberbio desden, que se parece mucho al que Platon tenía respecto al mundo sensible, se relega muy léjos la experiencia. Desde este punto de vista sistemático se ha echado en cara á Aristóteles el no haber penetrado desde luego en esas regiones superiores, que no puede explorar la experiencia, y el haberse apoyado en conocimientos experimentales para llegar á nociones supra-sensibles.
No diremos nosotros con Bacon, que es preciso cortar las alas al genio; pero si que el genio, por lo menos, no debe fiar demasiado en sus fuerzas; que ha de partir de la tierra si quiere elevarse hasta los cielos, y tener siempre ante sus ojos esa tierra, si teme perderse en los espacios imaginarios. Es cierto que el hombre y el mundo sólo son séres relativos, comparados con el Sér, con la sustancia eterna; pero no lo es ménos, que sólo por medio del hombre y del mundo sensible podemos elevarnos hasta Dios, porque antes de llegar á la cima de la ciencia, es preciso pasar por los grados intermedios; y si los sistemas, que se dicen nacidos de esta intuicion espontánea, superior á la experiencia, han llegado al descubrimiento de alguna verdad, lo deben indudablemente á la experiencia misma. Quizás tales sistemas disimulan los medios de que se han servido, á la manera que el albañil destruye el andamio en que se ha apoyado para construir un templó, dejando sólo para que lo admiremos el monumento; quizás han olvidado el penoso procedimiento, la serie de observaciones mediante las que han llegado á esas grandes verdades, que son superiores á la experiencia, y sin embargo, sépanlo ó nó, la experiencia es la que les ha conducido á tal resultado. Aristóteles, mejor que otro alguno, ha tenido derecho para despreciar las pequeñas precauciones, las observaciones que pueden parecer minuciosas al hombre de genio, y, sin embargo, no lo ha hecho; nádie ha observado ni descrito nunca con el cuidado escrupuloso que él lo ha hecho.
La dialéctica constituye tambien una parte importante del método de Aristóteles. En nuestros dias no se ha visto en la dialéctica otra cosa que un arma peligrosa, buena á lo más para los sofistas, y origen de todos los extravíos de la Edad Media y de las sutilezas de la Grecia. Los sistemas antiguos, y en particular este que nos ocupa, han parecido tan sólo un vano producto de este fútil método. No tenemos la pretension de restituir á la dialéctica la autoridad soberana que ha perdido para siempre; por sí sola no puede darnos á conocer la verdad, como con razon se ha dicho. Sentar un principio y deducir de él hábilmente todas las consecuencias, no es crear una ciencia; resta el demostrar á seguida la legitimidad del principio, y la dialéctica no puede hacerlo. Mas porque neguemos á la dialéctica la autoridad de un método exclusivo, no quiere decir esto que la proscribamos absolutamente. La verdad sin duda brilla por sí misma; pero muchas veces