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ques y debilitando de un modo extraordinario su sistema nervioso, le dieron agudísimos dolores que no le abandonaron ya en el resto de su vida. Así es que el 26 de Enero de 1847 se vió precisado á recurrir á S. M., solicitando la gracia de un coadjutor competentemente autorizado, de recomendables cualidades y de toda confianza, que compartiese con él las atenciones de su destino, así como lo habían conseguido varios de sus antecesores, y tomando ejemplo de alguno de estos, indicó la persona de su hijo, empleado ya en el archivo desde el año de 1830, y cuyos estudios y ocupaciones había él encaminado desde largo tiempo para llegar á verle digno sucesor suyo. La Reina accedió á la súplica de su buen servidor, y en 23 de Abril inmediato nombró al hijo subarchivero y coadjutor del padre.

A este alivio de sus trabajos se agregó la satisfacción del sucesivo aumento de su familia, á efecto del enlace antes contraído por su hijo con una señorita que llegó á ser otra amantísima hija suya, y la de ver asegurado el porvenir de la misma con el triunfo más completo alcanzado en el litigio fallado á su favor en 14 de Enero de 1845; con lo cual se tranquilizó más y más su espíritu hasta vivir contento en medio de sus tareas literarias y con la vigilancia y educación de sus nietos, que constituían todas sus delicias y cuya sola vista bastaba á veces para mitigar sus acerbos dolores. Muy á menudo sosteniéndoles con sus mal seguros brazos y sentados en sus trémulas rodillas, les explicaba pasajes del Evangelio, les enseñaba oraciones y les refería cuentos morales, ó bien les hacía leer el Espíritu de la Biblia ó la Vida de Jesucristo, como había hecho con su hijo treinta ó cuarenta años antes. Quiso que la educación de su nieto primogénito, que había sostenido en la pila del bautismo, corriese exclusivamente á su cargo, y era de ver el esmero con que siempre atendía á que ni siquiera lo más insignificante le faltase.

Mientras sus débiles fuerzas lo consintieron no dejó de asistir con puntualidad al archivo, descansando en