cer su elogio, me pareceria injusto. Por otra parte me considero en el caso de los que, habiendo sido mordidos por una vívora, no quieren, se dice, hablar de ello sino á los que han experimentado igual daño, como únicos capaces de concebir y de escuchar todo lo que han hecho y dicho durante su sufrimiento. Y yo que me siento mordido por una cosa, aún más dolorosa y en el punto más sensible, que se llama corazon, alma ó como se quiera; yo, que estoy mordido y herido por los razonamientos de la filosofía, cuyos tiros son más acerados que el dardo de una vívora, cuando afectan á un alma jóven y bien nacida, y que le hacen decir ó hacer mil cosas extravagantes; y viendo por otra parte en torno mio á Fedro, Agaton, Eriximaco, Pausanias, Aristodemo, Aristófanes, dejando á un lado á Sócrates, y á los demás, atacados como yo de la manía y de la rabia de la filosofía, no dudo en proseguir mi historia delante de todos vosotros, porque sabreis excusar mis acciones de entonces y mis palabras de ahora. Pero respecto á los esclavos y á todo hombre profano y sin cultura poned una triple puerta á sus oidos.
Luego que, amigos mios, se mató la luz, y los esclavos se retiraron, creí que no debia andar en rodeos con Sócrates, y que debia decirle mi pensamiento francamente. Le toqué y le dije:
—Sócrates, ¿duermes?
—No, respondió él.
—Y bien, ¿sabes lo que yo pienso?
—¿Qué?
—Pienso, repliqué, que tú eres el único amante digno de mí, y se me figura que no te atreves á descubrirme tus sentimientos. Yo creeria ser poco racional, si no procurara complacerte en esta ocasion, como en cualquiera otra, en que pudiera obligarte, sea en favor de mí mismo, sea en favor de mis amigos. Ningun pensamiento me hostiga tanto como el de perfeccionarme todo lo posible,