con discursos haces lo mismo. Que hable otro, aunque sea el orador más hábil, y no hace, por decirlo así, impresion sobre nosotros; pero que hables tú ú otro que repita tus discursos, por poco versado que esté en el arte de la palabra, y todos los oyentes, hombres, mujeres, niños, todos se sienten convencidos y enajenados. Respecto á mí, amigos mios, si no temiese pareceros completamente ébrio, os atestiguaria con juramento el efecto extraordinario, que sus discursos han producido y producen aún sobre mi. Cuando le oigo, el corazon me late con más violencia que á los coribantes; sus palabras me hacen derramar lágrimas; y veo tambien á muchos de los oyentes experimentar las mismas emociones. Oyendo á Pericles y á nuestros grandes oradores, he visto que son elocuentes, pero no me han hecho experimentar nada semejante. Mi alma no se turbaba ni se indignaba contra sí misma á causa de su esclavitud. Pero cuando escucho á este Marsias, la vida que paso me ha parecido muchas veces insoportable. No negarás, Sócrates, la verdad de lo que voy diciendo, y conozco que en este mismo momento, si prestase oidos á tus discursos, no lo resistiria, y producirias en mí la misma impresion. Este hombre me obliga á convenir en que, faltándome á mí mismo muchas cosas, desprecio mis propios negocios, para ocuparme de los de los atenienses. Así es, que me veo obligado á huir de él tapándome los oidos, como quien escapa de las sirenas[1]. Si no fuera esto, permaneceria hasta el fin de mis dias sentado á su lado. Este hombre despierta en mí un sentimiento de que no se me creeria muy capaz y es el del pudor. Sí, sólo Sócrates me hace ruborizar, porque tengo la conciencia de no poder oponer nada á sus consejos; y sin embargo, despues que me separo de él, no me siento con fuerzas para renunciar al favor popular. Yo huyo de él, procuro
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