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—¿Si lo consiento? Lo exijo.

—Voy á obedecerte, respondió Alcibiades. Pero tú has de hacer lo siguiente: si digo alguna cosa que no sea verdadera, si quieres me interrumpes, y no temas desmentirme, porque yo no diré á sabiendas ninguna mentira. Si á pesar de todo no refiero los hechos en órden muy exacto, no te sorprendas; porque en el estado en que me hallo, no será extraño que no dé una razon clara y ordenada de tus originalidades.

Para hacer el elogio de Sócrates, amigos mios, me valdré de comparaciones. Sócrates creerá quizá que yo intento hacer reir, pero mis imágenes tendrán por objeto la verdad y no la burla. Por lo pronto digo, que Sócrates. se parece á esos Silenos, que se ven expuestos en los talleres de los estatuarios, y que los artistas representan con una flauta ó caramillo en la mano. Si separais las dos piezas de que se componen estas estátuas, encontrareis en el interior la imágen de alguna divinidad. Digo más, digo que Sócrates se parece más particularmente al sátiro Marsias. En cuanto al exterior, Sócrates, no puedes desconocer la semejanza, y en lo demás escucha lo que voy á decir. ¿No eres un burlon descarado? Si lo niegas, presentaré testigos. ¿No eres tambien tocador de flauta, y más admirable que Marsias? Este encantaba á los hombres por el poder de los sonidos, que su boca sacaba de sus instrumentos, y eso mismo hace hoy cualquiera que ejecuta las composiciones de este sátiro; y yo sostengo que las que tocaba Olimpos son composiciones de Marsias, su maestro. Gracias al carácter divino de tales composiciones, ya sea un artista hábil ó una mala tocadora de flauta el que las ejecute, sólo ellas tienen la virtud de arrebatarnos tambien á nosotros y de darnos á conocer á los que tienen necesidad de iniciaciones y de dioses. La única diferencia que en este concepto puede haber entre Marsias y tú, Sócrates, es que sin el auxilio de ningun instrumento y sólo