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jece deja en su lugar un individuo jóven, semejante á lo que él mismo habia sido. Hé aquí, Sócrates, cómo todo lo que es mortal participa de la inmortalidad, y lo mismo el cuerpo que todo lo demás. En cuanto al sér inmortal sucede lo mismo por una razon diferente. No te sorprendas si todos los seres animados estiman tanto sus renuevos, porque la solicitud y el amor que les anima no tiene otro orígen que esta sed de inmortalidad.

—Despues que me habló de esta manera, la dije lleno de admiracion: muy bien, muy sábia Diotima, pero ¿pasan las cosas así realmente?

—Ella, con un tono de consumado sofista, me dijo: no lo dudes, Sócrates, y si quieres reflexionar ahora sobre la ambicion de los hombres, te parecerá su conducta poco conforme con estos principios, si no te fijas èn que los hombres están poseidos del deseo de crearse un nombre y de adquirir una gloria inmortal en la posteridad; y que este deseo, más que el amor paterno, es el que les hace despreciar todos los peligros, comprometer su fortuna, resistir todas las fatigas y sacrificar su misma vida. ¿Piensas, en efecto, que Alceste hubiera sufrido la muerte en lugar de Admete, que Aquiles la hubiera buscado por vengar á Patrocio, y que vuestro Codro se hubiera sacrificado por asegurar el reinado de sus hijos, si todos ellos no hubiesen esperado dejar tras sí este inmortal recuerdo de su virtud, que vive aún entre nosotros? De ninguna manera, prosiguió Diotima. Pero por esta inmortalidad de la virtud, por esta noble gloria, no hay nadie que no se lance, yo creo, á conseguirla, con tanto más ardor cuanto más virtuoso sea el que la prosiga, porque todos tienen amor á lo que es inmortal. Los que son fecundos con relacion al cuerpo aman las mujeres, y se inclinan con preferencia á ellas, creyendo asegurar, mediante la procreacion de los hijos, la inmortalidad, la perpetuidad de su nombre y la felicidad que se imaginan en el curso de