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des; porque ninguno desea las cosas de que se cree provisto.

—Pero, Diotima, ¿quiénes son los que filosofan, si no son ni los sabios, ni los ignorantes?

—Hasta los niños saben, dijo ella, que son los que ocupan un término medio entre los ignorantes y los sabios, y el Amor es de este número. La sabiduría es una de las cosas más bellas del mundo, y como el Amor ama lo que es bello, es preciso concluir que el Amor es amante de la sabiduría, es decir, filósofo; y como tal se halla en un medio entre el sabio y el ignorante. A su nacimiento lo debe, porque es hijo de un padre sabio rico, y de una madre que no es ni rica ni sábia. Tal es, mi querido Sócrates, la naturaleza de este demonio. En cuanto á la idea que tú te formabas, no es extraño que te haya ocurrido, porque creias, por lo que pude conjeturar en vista de tus palabras, que el Amor es lo que es amado y no lo que ama. Hé aquí, á mi parecer, por qué el Amor te parecia muy bello, porque lo amable es la belleza real, la gracia, la perfeccion y el soberano bien. Pero lo que ama es de otra naturaleza distinta como acabo de explicar.

—Y bien, sea así, extranjera; razonas muy bien, pero el Amor, siendo como tú acabas de decir, ¿de qué utilidad es para los hombres?

—Precisamente eso es, Sócrates, lo que ahora quiero enseñarte. Conocemos la naturaleza y el origen del Amor; es como tú dices el amor á lo bello. Pero si alguno nos preguntase: ¿qué es el amor á lo bello, Sócrates y Diotima, ó hablando con mayor claridad, el que ama lo bello á qué aspira?

—A poseerlo, respondí yo.

—Esta respuesta reclama una nueva pregunta, dijo Diotima; ¿qué le resultará de poseer lo bello?

—Respondí, què no me era posible contestar inmediatamente á esta pregunta.