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paz, porque quiero referirte la conversacion que cierto dia tuve con una mujer de Mantinea, llamada Diotima. Era mujer muy entendida en punto á amor, y lo mismo en muchas otras cosas. Ella fué la que prescribió á los atenienses los sacrificios, mediante los que se libraron durante diez años de una peste que los estaba amenazando. Todo lo que sé sobre el amor, se lo debo á ella. Voy á referiros lo mejor que pueda, y conforme á los principios en que hemos convenido Agaton y yo, la conversacion que con ella tuve; y para ser fiel á tu método, Agaton, explicaré primero lo que es el amor, y en seguida cuáles son sus efectos. Me parece más fácil referiros fielmente la conversacion que tuve con la extranjera. Habia yo dicho á Diotima casi las mismas cosas que acaba de decirnos Agaton: que el Amor era un gran dios, y amor de lo bello; y ella se servia de las mismas razones que acabo de emplear yo contra Agaton, para probarme que el Amor no es ni bello ni bueno. Yo la repliqué: ¿qué piensas tú, Diotima, entónces? ¡Qué! ¿será posible que el Amor sea feo y malo?

—Habla mejor, me respondió: ¿crees que todo lo que no es bello, es necesariamente feo?

—Mucho que lo creo.

—¿Y crees que no se puede carecer de la ciencia sin ser absolutamente ignorante? ¿No has observado que hay un término medio entre la ciencia y la ignorancia?

—¿Cuál es?

—Tener una opinion verdadera sin poder dar razon de ella; ¿no sabes que esto, ni es ser sabio, puesto que la ciencia debe fundarse en razones; ni es ser ignorante, puesto que lo que participa de la verdad no puede llamarse ignorancia? La verdadera opinion ocupa un lugar intermedio entre la ciencia y la ignorancia.

Confesé á Diotima, que decia verdad.

—No afirmes, pues, replicó ella, que todo lo que no es bello es necesariamente feo, y que todo lo que no es bueno