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bar, pertenézcanle ó nó, no siendo de importancia su verdad ó su falsedad; como si al parecer hubiéramos convenido en figurar que cada uno de nosotros hacia el elogio del Amor, y en realidad no hacerlo. Por esta razon creo yo atribuís al Amor todas las perfecciones, y ensalzándole, le haceis causa de tan grandes cosas, para que aparezca muy bello y muy bueno, quiero decir, á los ignorantes, y no ciertamente á las personas ilustradas. Esta manera de alabar es bella é imponente, pero me era absolutamente desconocida, cuando os dí mi palabra. Mi lengua y no mi corazon es la que ha contraido este compromiso[1]. Permitidme romperlo, porque no me considero en posicion de poder hacer un elogio de este género. Pero si lo quereis, hablaré á mi manera, proponiéndome decir sólo cosas verdaderas, sin aspirar á la ridícula pretension de rivalizar con vosotros en elocuencia. Mira, Fedro, si te conviene oir un elogio, que no traspasará los límites de la verdad, y en el cual no habrá refinamiento ni en las palabras ni en las formas.

Fedro y los demás de la reunion le manifestaron, que podia hablar como quisiera.

—Permíteme aún, Fedro, replicó Sócrates, hacer algunas preguntas á Agaton, á fin de que con su asentimiento pueda yo hablar con más seguridad.

—Con mucho gusto, respondió Fedro, no tienes más que interrogar.

Dicho esto, Sócrates comenzó de esta manera.

—Te ví, mi querido Agaton, entrar perfectamente en materia, diciendo que era preciso mostrar primero cuál es la naturaleza del Amor, y en seguida cuáles son sus efectos. Apruebo esta manera de comenzar. Veamos ahora, despues de lo que has dicho, todo bello y magnífico, sobre. la naturaleza del Amor, algo más aún. Dime: ¿el Amor


  1. Alusion á un verso del Hipólito de Eurípides, v. 612.