bernar á los dioses y á los hombres. Si se ha restablecido la concordia entre los dioses, hay que atribuirlo al Amor, es decir, á la belleza, porque el amor no se une á la fealdad. Antes del Amor, como dije al principio, pasaron entre los dioses muchas cosas deplorables bajo el reinado de la Necesidad. Pero en el momento que este dios nació, del amor á lo bello emanaron todos los bienes sobre los dioses y sobre los hombres. Hé aquí, Fedro, por qué me parece que el Amor es muy bello y muy bueno, y que además comunica á los otros estas mismas ventajas. Terminaré con un himno poético.
El Amor es el que da «paz á los hombres, calma á los mares, silencio á los vientos, lecho y sueño á la inquietud.» Él es el que aproxima á los hombres, y los impide ser extraños los unos á los otros; principio y lazo de toda sociedad, de toda reunion amistosa, preside á las fiestas, á los coros y á los sacrificios. Llena de dulzura y aleja la rudeza; excita la benevolencia é impide el odio. Propicio á los buenos, admirado por los sabios, agradable á los dioses, objeto de emulacion para los que no lo conocen aún, tesoro precioso para los que le poseen, padre del lujo, de las delicias, del placer, de los dulces encantos, de los deseos tiernos, de las pasiones; vigila á los buenos y desprecia á los malos. En nuestras penas, en nuestros temores, en nuestros disgustos, en nuestras palabras es nuestro consejero, nuestro sosten, y nuestro salvador. En fin, es la gloria de los dioses y de los hombres, el mejor y más precioso maestro, y todo mortal debe seguirle y repetir en su honor los himnos de que él mismo se sirve, para derramar la dulzura entre los dioses y entre los hombres. A este dios ¡oh Fedro! consagro este discurso que ha sido ya festivo, ya serio, segun me lo ha sugerido mi propio ingenio.»
Cuando Agaton hubo concluido su discurso, todos los presentes aplaudieron y declararon que habia hablado