os puede hacer completamente felices.» Es bien seguro, que si Vulcano les dirigiera este discurso, ninguno de ellos negaria, ni responderia, que deseaba otra cosa, persuadido de que el dios acababa de expresar lo que en todos los momentos estaba en el fondo de su alma; esto es, el deseo de estar unido y confundido con el objeto amado, hasta no formar más que un solo sér con él. La causa de esto es que nuestra naturaleza primitiva era una, y que éramos un todo completo, y se da el nombre de amor al deseo y prosecucion de este antiguo estado. Primitivamente, como he dicho, nosotros éramos uno; pero despues en castigo de nuestra iniquidad nos separó Júpiter, como los arcadios lo fueron por los lacedemonios[1]. Debemos procurar no cometer ninguna falta contra los dioses, por temor de exponernos á una segunda division, y no ser como las figuras presentadas de perfil en los bajorelieves, que no tienen más que medio semblante, ó como los dados cortados en dos[2]. Es preciso que todos nos exhortemos mútuamente á honrar á los dioses, para evitar un nuevo castigo, y volver á nuestra unidad primitiva bajo los auspicios y la direccion del Amor. Que nadie se ponga en guerra con el Amor, porque ponerse en guerra con él es atraerse el odio de los dioses. Tratemos, pues, de merecer la benevolencia y el favor de este dios, y nos proporcionará la otra mitad de nosotros mismos, felicidad que alcanzan muy pocos. Que Eriximaco no critique estas últimas palabras, como si hicieran alusion á Pausanias y á Agaton, porque quizá estos son de este pequeño número, y pertenecen ámbos á la naturaleza masculina. Sea lo que quiera, estoy seguro de que todos seremos di-
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