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juzga de qué especie es así el que ama como el que es amado. Por esto se mira como vergonzoso el entregarse ligeramente, y se exige la prueba del tiempo, que es el que hace conocer mejor todas las cosas. Y tambien es vergonzoso entregarse á un hombre poderoso y rico, ya se sucumba por temor, ya por debilidad; ó que se deje alucinar por el dinero ó la esperanza de optar á empleos; porque además de que estas razones no pueden engendrar nunca una amistad generosa, descansa por otra parte sobre fundamentos poco sólidos y durables. Sólo resta un motivo por el que en nuestras costumbres se puede decentemente favorecer á un amante; porque así como la servidumbre voluntaria de un amante para con el objeto de su amor no se tiene por adulacion, ni puede echársele en cara tal cosa; en igual forma hay otra especie de servidumbre voluntaria, que no puede nunca ser reprendida y es aquella en la que el hombre se compromete en vista de la virtud. Hay entre nosotros la creencia de que si un hombre se somete á servir á otro con la esperanza de perfeccionarse mediante él en una ciencia ó en cualquiera virtud particular, esta servidumbre voluntaria no es vergonzosa y no se llama adulacion. Es preciso tratar al amor como á la filosofía y á la virtud, y que sus leyes tiendan al mismo fin, si se quiere que sea honesto favorecer á aquel que nos ama; porque si el amante y el amado se aman mútuamente bajo estas condiciones, á saber: que el amante, en reconocimiento de los favores del que ama, esté dispuesto á hacerle todos los servicios que la equidad le permita; y que el amado á su vez, en recompensa del cuidado que su amante hubiere tomado para hacerle sabio y virtuoso, tenga con él todas las consideraciones debidas; si el amante es verdaderamente capaz de dar ciencia y virtud á la persona que ama, y la persona amada tiene un verdadero deseo de adquirir instruccion y sabiduría; si todas estas condiciones se verifican,