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Estados, donde es vergonzoso conceder sus amores á quien nos ama, esta severidad nace de la iniquidad de los que la han establecido, de la tiranía de los gobernantes y de la cobardía de los gobernados; y que en los países, donde simplemente se dice que es bueno conceder sus favores á quien nos ama, esta indulgencia es una prueba de grosería. Todo esto está más sábiamente ordenado entre nosotros. Pero, como ya dije, no es fácil comprender nuestros principios en este concepto. Por una parte, se dice que es mejor amar á la vista de todo el mundo que amar en secreto, y que es preciso amar con preferencia los más generosos y más virtuosos, aunque sean ménos bellos que los demás. Es sorprendente cómo se interesa todo el mundo por el triunfo del hombre que ama; se le anima, lo cual no se haria si el amar no se tuviese por cosa buena; se le aprecia cuando ha triunfado su amor, y se le desprecia cuando no ha triunfado. La costumbre permite al amante emplear medios maravillosos para llegar á su objeto, y no hay ni uno solo de estos medios que no le haga perder la estimacion de los sabios, si se sirve de él para otra cosa que no sea para hacerse amar. Porque si un hombre con el objeto de enriquecerse ó de obtener un empleo ó de crearse cualquiera otra posicion de este género, se atreviera á tener por alguno la menor de las complacencias que tiene un amante para con la persona que ama; si emplease las súplicas, si se valiese de las lágrimas y los ruegos, si hiciese juramento, si durmiese en el umbral de su puerta, si se rebajase á bajezas que un esclavo se avergonzaria de practicar, ninguno de sus enemigos ó de sus amigos dejaria de impedir que se envileciera hasta este punto. Los unos le echarian en cara que se conducia como un adulador y como un esclavo; otros se ruborizarian y se esforzarian por corregirlo. Sin embargo, todo esto sienta maravillosamente á un hombre que ama; no sólo se admiten estas bajezas sin tener-