cuanto es un deber en tí dar á conocer lo que dijo tu amigo. Pero, ante todo, dime: ¿estuviste presente á esa conversacion?—No es exacto, y ese hombre no te ha dicho la verdad, le respondí; puesto que citas esa conversacion como si fuera reciente, y como si hubiera podido yo estar presente.—Yo así lo creia.—¿Cómo, le dije, Glaucon; no sabes que há muchos años que Agaton no pone los piés en Atenas? Respecto á mí aún no hace tres años que trato á Sócrates, y que me propongo estudiar asíduamente todas sus palabras y todas sus acciones. Antes andaba vacilante por uno y otro lado, y creyendo llevar una vida racional, era el más desgraciado de los hombres. Me imaginaba, como tú ahora, que en cualquier cosa debia uno ocuparse con preferencia á la filosofía.—Vamos, no te burles, y dime cuándo tuvo lugar esa conversacion.—Éramos muy jóvenes tú y yo; fué cuando Agaton consiguió el premio con su primera tragedia, al dia siguiente en que sacrificó á los dioses en honor de su triunfo, rodeado de sus coristas.—Larga es la fecha, á mi ver; ¿pero quién te ha dicho lo que sabes? ¡es Sócrates?—No, ¡por Júpiter! le dije; me lo ha dicho el mismo que se lo refirió á Fenix, que es un cierto Aristodemo, del pueblo de Cidatenes; un hombre pequeño, que siempre anda descalzo. Éste se halló presente, y si no me engaño, era entónces uno de los más apasionados de Sócrates. Algunas veces pregunté á éste sobre las particularidades que me habia referido Aristodemo, y ví que concordaban.—¿Por qué tardas tanto, me dijo Glaucon, en referirme la conversacion? ¿En qué cosa mejor podemos emplear el tiempo que nos resta para llegar á Atenas?—Yo convine en ello, y continuando nuestra marcha, entramos en materia. Como te dije ántes, estoy preparado, y sólo falta que me escuches. Además del provecho que encuentro en hablar ú oir hablar de filosofía, nada hay en el mundo que me cause tanto placer; mientras que,
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