¿Pues qué es lo que podria hacernos enemigos irrecon- ciliables, si llegáramos á disputar sin tener una regla fija á que pudiéramos recurrir? Quizá no se presenta á tu espíritu ninguna de estas cosas, y voy á proponerte algu- nas. Reflexiona un poco y mira si por casualidad estas cosas son lo justo y lo injusto, lo honesto y lo inhonesto, el bien y el mal. Porque ¿no son éstas las que por falta de una regla suficiente para ponernos de acuerdo en nues tras diferencias, nos arrojan á deplorables enemistades? Y cuando digo nosotros, entiendo todos los hombres.
Hé aquí, en efecto, la causa de nuestros disenti- mientos.
Y si es cierto que los dioses tienen diferencias entre si sobre cualquiera cosa, ¿no es preciso que recaigan necesa- riamente sobre alguna de las mismas que dejo expre- sadas?
Eso es de toda necesidad.
Por consiguiente, segun tú, excelente Eutifron, los dioses están divididos sobre lo justo y lo injusto, sobre lo honesto y lo inhonesto, sobre lo bueno y lo malo; porque ellos no pueden tener otro objeto de disputa; ¿no es así?
Como lo dices.
Y las cosas que cada uno de los dioses encuentra ho- nestas, buenas y justas las ama, y aborrece las contra- rias?
Sin dificultad.