que arregle su calzado, que lave su camisa, y que no haga nada por nadie, ni reciba nada de nadie. En este momento, Critias, impaciente al ver tratar tan ligeramente una definicion que pudo sugerir al jóven Carmides, entra en lid y acaba por verse batido á su vez.
Por lo pronto se propone escapar de las sutilezas de Sócrates, valiéndose de una sutil distincion entre hacer una cosa y trabajar en una cosa, y se ve bien presto conducido, casi sin advertirlo, á sustituir la fórmula: hacer el bien, á la otra fórmula: hacer lo que nos es propio. Hacer el bien, hé aquí la sabiduría.
¿Es eso cierto? pregunta Sócrates. ¿El que obra ciegamente, haga lo que quiera, es sabio? Ser sabio no es por lo contrario saber lo que se hace, lo que se quiere, lo que se piensa, lo que uno es, en una palabra, saberse á sí mismo? Critias, siempre dispuesto á pronunciarse decidido sostenedor de la verdad, y tambien á abandonar una opinion por otra, exclama en este sentido: «sí, la sabiduría es verdaderamente la ciencia de sí mismo, y no hay duda que así lo ha entendido el Dios de Delfos.»
Aquí comienza una larga y sofistica discusion, que llena la segunda mitad del diálogo. Sócrates establece: primero, que la ciencia de sí mismo es imposible; segundo, que es inútil, de donde se sigue, que tal ciencia de sí mismo no es la sabiduría.
¿Qué es la ciencia de sí mismo? Una ciencia, en la que aquello que sabe (el sujeto) se confunde con aquello que es sabido (el objeto); por consiguiente, la ciencia de la ciencia; por consiguiente, la ciencia de la ciencia y de la ignorancia. ¿Y no comprendeis que esta concepcion de una ciencia de la ciencia y de la ignorancia es esencialmente contradictoria? Esto equivale decir que existe una vista de la vista y de lo que no es visto, la cual no ve nada de lo que es colorado; un oido del oido y de lo que no es oido, el cual no oye nada de lo que es sonoro;