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muerte, y ahora de repente hemos descubierto, que si se dijo entónces, fué como una conversacion al aire, no siendo en el fondo más que una necedad ó un juego de niños? Deseo, pues, examinar aquí contigo en mi nueva situacion, si este principio me parece distinto ó si le encuentro siempre el mismo, para abandonarle ó se- guirle.

Es cierto, si yo no me engaño, que aquí hemos dicho muchas veces, y creiamos hablar con formalidad, que entre las opiniones de los hombres las hay que son dig- nas de la más alta estimacion y otras que no merecen ninguna. Criton, en nombre de los dioses, ¿te parece esto bien dicho? Porque, segun todas las apariencias humanas, tú no estás en peligro de morir mañana, y el temor de un peligro presente no te hará variar en tus juicios; pién- salo, pues, bien. ¿No encuentras que con razon hemos sentado, que no es preciso estimar todas las opiniones de los hombres sino tan sólo algunas, y no de todos los hom- bres indistintamente, sino tan sólo de algunos? ¿Qué di- ces á esto? ¿No te parece verdadero?

Mucho.

¿En este concepto, no es preciso estimar sólo las opi- niones buenas y desechar las malas?

Sin duda.

Las opiniones buenas no son las de los sabios, y las malas las de los necios?

No puede ser de otra manera.

Vamos á sentar nuestro principio. ¿Un hombre que se ejercita en la gimnasia podrá ser alabado ó reprendido por