vieseis una ley que ordenase que un juicio de muerte durara muchos dias, como se practica en otras partes, y no uno solo, estoy persuadido que os convenceria. ¿Pero qué medio hay para destruir tantas calumnias en un tan corto espacio de tiempo? Estando convencidísimo de que no he hecho daño á nadie, ¿cómo he de hacérmelo á mí mismo, confesando que merezco ser castigado, é imponiéndome á mí mismo una pena? ¡Qué! ¿Por no sufrir el suplicio á que me condena Melito, suplicio que verdaderamente no sé si es un bien ó un mal, iré yo á escoger alguna de esas penas, que sé con certeza que es un mal, y me condenaré yo mismo á ella? ¿Será quizá una prision perpétua? ¿Y qué significa vivir siempre yo esclavo de los Once?[1] ¿Será una multa y prision hasta que la haya pagado? Esto equivale á lo anterior, porque no tengo con que pagarla. ¿Me condenaré á destierro? Quizá confirmariais mi sentencia. Pero era necesario que me obcecara bien el amor á la vida, atenienses, si no viera que si vosotros, que sois mis conciudadanos, no habeis podido sufrir mis conversaciones ni mis máximas, y de tal manera os han irritado que no habeis parado hasta deshaceros de mí, con mucha más razon los de otros países no podrian sufrirme. Preciosa vida para Sócrates, si á sus años, arrojado de Atenas, se viera errante de ciudad en ciudad como un vagabundo y como un proscrito! Sé bien, que, á de quiera que vaya, los jóvenes me escucharán, como me escuchan en Atenas; pero si los rechazo harán que sus padres me destierren; y si no los rechazo, sus padres y parientes me arrojarán por causa de ellos.
Pero me dirá quizá alguno: —¡Qué! Sócrates, ¿si marchas desterrado no podrás mantenerte en reposo y guardar silencio? Ya veo que este punto es de los más difíci-
- ↑ Eran los magistrados encargados de la vigilancia de las prisiones.