No pueden leerse á San Justino, San Clemente de Alejandría, ni á ninguno de los padres griegos, sin advertir cuán instruidos estaban en las obras de Platon. San Agustin mismo[1] dice: «puesto que Dios, como Platon lo repite sin cesar (esto supone una lectura muy asídua), tenia en su inteligencia eterna, con el modelo del universo, los ejemplares de todos los animales, ¿cómo podria dejar de formar todas las cosas?» Quidquid à Platone dicitur vivit in Agustino, se decia.
Si de aquí pasamos á la época del Renacimiento, una nueva gloria se prepara para Platon. Sus obras, desconocidas en el Occidente, aparecieron traducidas por Marsilio Ficin[2] y Juan Serres[3], y desde entonces su lectura se hizo general entre los hombres de letras; y aunque posteriormente se lamentaba el abate Fleury[4]. el autor de la Historia eclesiástica, de que no eran tan estudiadas las obras de Platon como lo reclamaba el amor á la ciencia, es lo cierto que eran generalmente conocidas en toda Europa, y que Leibnitz, que advertia las tendencias espiritualistas que iban determinando entre los sabios, decia: si alguno llegase á reducir á sistema la doctrina de Platon, haria un gran servicio al género humano»[5]. No fué extraña España á este movimiento, y si