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tarnos, fué mi hermano á decirme que Protágoras estaba aquí. El primer pensamiento que me ocurrió fué venir à darte esta buena noticia, pero habiendo reflexionado que la noche estaba muy avanzada, me acosté, y despues de un ligero sueño que me ha repuesto de las fatigas de mi viaje, me levanté y me vine aquí corriendo. —Yo que conozco á Hipócrates como un hombre de corazon, y que le veia todo azorado, le dije: ¿pero qué es? Protágoras te ha hecho alguna injuria? —Si, por los dioses, me respondió riéndose, me ha hecho la injuria de ser sabio él sólo, y no hacerme á mí sabio. —¡Oh! le dije, y si le das dinero y le puedes comprometer á que te admita por discípulo, tambien te haria sabio. —¡Quiera Júpiter y los demás dioses que así seal me dijo; gastaré hasta el último óbolo y agotaré la bolsa de mis amigos, si tal sucede. Lo que me trae es suplicarte que le hables por mí; porque además de que yo soy demasiado jóven, jamás le he visto ni conocido, pues cuando hizo aquí su primer venida, era yo un niño. Pero oigo decir á todo el mundo muy bien de él y se asegura que es el más elocuente de los hombres. ¿No será bueno que vayamos á su casa ántes de que salga? Me han dicho que está en casa de Callías, hijo de Hiponico; vamos allá, te lo suplico encarecidamente. —Es demasiado temprano, le dije, pero vamos á pasearnos á mi pórtico; allí hablaremos hasta que rompa el dia, y despues iremos; te aseguro que le encontraremos, porque Protágoras no sale.

Bajamos, pues, al pórtico, y estando paseándonos, quise penetrar el pensamiento de Hipócrates. Con esta mira, para sondearle le pregunté: y bien, Hipócrates. vas á casa de Protágoras á ofrecerle dinero para que te enseñe alguna cosa; ¿qué hombre piensas que es, y qué hombre quieres que te haga? Si fueses á casa de Hipócrates, ese gran médico de Cos, que lleva el mismo nombre que tú, y que desciende de Esculapio, y le ofre-