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le obliga insensiblemente, por una cadena indisoluble de concesiones, á contradecirse á sí mismo, y, en fin, á convenir, á pesar suyo, en que la virtud es una por naturaleza. Sostener que se compone de partes absolutamente distintas, es confesar, por lo pronto, que cada una de estas partes nada tiene en sí de la esencia de la otra, de suerte que la justicia excluiria al valor, y la santidad á la justicia. De aquí esta consecuencia absurda: que la justicia no puede ser valiente, ni la santidad justa. En segundo lugar, si las partes de la virtud se oponen las unas á las otras, una misma cosa podria tener muchas contrarias, lo que implica contradiccion. No, la virtud es una en su esencia, una en su esfuerzo, y todas estas partes, que se separan indebidamente, no son otra cosa que modos diversos de la virtud; diversos, pero no exclusivos, contenidos y unidos en su esencia misma, como las consecuencias lo están en su principio. Diferentes en apariencia y solamente de nombre, estas virtudes en el fondo se llaman la una á la otra, se encadenan, se asocian, y no forman más que un todo. Hé aquí cómo Sócrates, bajo la idea de virtud, abrazando todas las virtudes particulares, establece un principio, que los estóicos, despues de él, falsearon exagerándole. Considerada de esta manera la virtud, no entra en el alma, como lo pretende Protágoras, por una enseñanza progresiva y diversa que poco á poco la penetre por el precepto y por el ejemplo, para que nazca en ella, primero la justicia y despues el valor. La virtud con sus dones diversos nace de la inspiracion de una naturaleza honesta, que por su propio esfuerzo abraza á la vez la esencia y todos los modos, debido al sentimiento innato del bien, que la precede y que la crea. Esta ciencia verdaderamente anterior y superior á la virtud, ninguno puede enseñarla, porque cada uno debe sacarla de sí mismo; nace con nosotros.

Esta argumentacion que parece no tener réplica, no